La terrible lección que el huracán María ha enseñado al mundo acerca de las políticas sobre el cambio climático

Transcurrido un año desde que se produjo el huracán María, la experiencia de la población de Puerto Rico muestra que la mayor amenaza a la humanidad no es el cambio climático en sí, sino los políticos que hacen caso omiso de él y se niegan a ponernos a salvo.
Hace exactamente un año, el 20 de septiembre de 2017, una de las tormentas más violentas que han azotado jamás el Caribe tocó tierra en la isla de Puerto Rico. Había cobrado intensidad antes de avanzar rápidamente por Dominica y las Islas Vírgenes de los Estados Unidos y acabar en Puerto Rico, cuya población no había visto nada igual en generaciones.
Nadie puede negar la destrucción que el huracán María causó en Puerto Rico. La mayoría de la gente sobrevivió al infierno de la tormenta, pero se vio obligada a soportar el infierno que sobrevino a continuación. La falta de alimentos y agua era generalizada en la isla, la electricidad era prácticamente inexistente, los hospitales permanecían cerrados debido a los enormes daños sufridos y los servicios básicos estaban prácticamente colapsados.
Nadie puede negar tampoco que, en tan terribles circunstancias, con el acceso a servicios vitales de salud gravemente interrumpido, la cifra de víctimas mortales sería, inevitablemente, elevada. Sin embargo, eso es exactamente lo que hizo el presidente Donald Trump. No ha querido revisar en ningún momento la cifra inicial de víctimas mortales causadas por la tormenta y ha negado rotundamente las casi 3.000 muertes que se produjeron en los seis meses siguientes a ella. Es una mentira descarada, que está causando aún más dolor a la población puertorriqueña que llora la pérdida de las personas fallecidas.
Pero la historia de cómo el huracán María pudo tener tan devastadores efectos comenzó mucho antes de que el sistema de tormentas iniciara su vertiginosa rotación en el aire húmedo del Atlántico.
El huracán María ha sacado a la luz motivos de preocupación en materia de derechos humanos que llevaban decenios subyacentes. A pesar de ser Puerto Rico parte de uno de los países más ricos del mundo, casi la mitad de su población vive en la pobreza, frente a la media nacional estadounidense del 12,7%. Además, este territorio de Estados Unidos se enfrenta a una grave crisis económica a causa de una agobiante deuda externa de más de 70.000 millones de dólares estadounidenses. Las medidas de austeridad de amplio alcance concebidas para abordar esta crisis han afectado mucho a servicios públicos esenciales, como la atención de la salud, dejando a comunidades ya vulnerables en una situación de mayor riesgo aún.
Aunque la respuesta a la catástrofe fue la de mayor volumen y duración de su historia, la propia Oficina Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) ha reconocido sus deficiencias. En un informe reciente del gobierno federal estadounidense se menciona la “infraestructura local desfasada” de Puerto Rico como dificultad clave para las operaciones de FEMA, que no tuvo en cuenta que la infraestructura de la isla tenía ya 50 años al elaborar sus planes de emergencia. Los estragos causados por María en la infraestructura eléctrica, de transporte y de comunicaciones afectaron gravemente a la respuesta de FEMA y dejaron a muchas personas expuestas a perder el acceso a la atención de la salud y otros servicios básicos.
Trump, la persona responsable en última instancia del bienestar de la población de Puerto Rico, ha intentado erróneamente echar toda la culpa de la creciente crisis que afronta la isla a las autoridades puertorriqueñas. Pero es evidente que ellas tienen también mucho de lo que responder.
La población puertorriqueña ha hecho cuanto está en su mano para oponerse a las medidas de austeridad, tratar de obligar a sus legisladores a abordar los efectos previsibles del cambio climático en la isla y construir infraestructura básica de prevención de desastres con la que tenga alguna posibilidad de ponerse a salvo de futuras tormentas.
En el mejor de los casos, sus protestas han caído en oídos sordos. En el peor, se ha respondido a ellas con violencia: Amnistía Internacional ha documentado cómo las autoridades puertorriqueñas respondieron con brutalidad a las manifestaciones de protesta, haciendo uso innecesario o excesivo de la fuerza.
Ahora, con tanta gente en la isla sin nada más que las lonas azules de sus azoteas para protegerse, la temporada de huracanes se acerca de nuevo. Sabemos que, a medida que nuestro planeta se vuelve más cálido debido al cambio climático, las tendencias previstas a largo plazo apuntan a un empeoramiento de la intensidad de las tormentas atlánticas del tipo de los huracanes María y Florence.
No cabe ya preguntarse si otra tormenta catastrófica arrasará la isla, sino cuándo lo hará.
Ante esta realidad, el presidente Trump podría optar por tener en cuenta la información que los expertos presentan a su gobierno, que contiene claros consejos sobre lo que se puede hacer para intentar proteger a la población de los peores efectos de tales tormentas. Con tal fin se debería, entre otras cosas, pasar a utilizar fuentes de energía renovables a fin de impedir que estos huracanes se vuelvan más violentos.
En cambio, la población de Estados Unidos tiene un líder que ha intentado negar la existencia misma del cambio climático y su amenaza para la supervivencia de la humanidad, negar que su respuesta a esos momentos de crisis no fue en absoluto un “éxito no reconocido”, e incluso negar que las muertes ocurridas se produjeran.https://twitter.com/realDonaldTrump/status/265895292191248385
Un año después de la tormenta, el desdén del presidente Trump para con el bienestar de la población de Puerto Rico y la respuesta inadecuada de las autoridades federales y puertorriqueñas nos enseñan la más terrible de todas las lecciones del huracán María. Ahora sabemos que hay algo más peligroso para la humanidad que el cambio climático, a saber, un líder mundial que no cree que merezca la pena intentar protegernos de él.