En la primera de una serie de perfiles de defensores y defensoras de los derechos humanos y cómo llegaron a serlo, hablamos de Tarana Burke, la mujer que cambió para siempre la conversación sobre la violencia sexual.
Antes de que el movimiento Yo También se hiciera viral en octubre de 2017, la activista Tarana Burke llevaba ya más de una década usando la frase en su lucha de toda la vida para ayudar y proteger a las víctimas de abusos. Aunque la repentina fama de la etiqueta y de su trabajo tomaron a Burke por sorpresa, ha podido usarla para la meta por la que lleva trabajando más de veinte años: ayudar a curar a las supervivientes y acabar con la violencia sexual.
Tarana Burke siempre ha sido una activista que deseaba ayudar a personas cuyas voces apenas se escuchan. Cuando sólo tenía 14 años fue miembro de una organización llamada Movimiento Liderazgo Juvenil Siglo XXI, donde se organizó en torno al caso de los Cinco de Central Park en 1989, en el que cinco jóvenes varones de color fueron acusados injustamente de un delito, y contra una iniciativa encabezada por Donald Trump para restablecer la pena de muerte en el estado de Nueva York para castigar a las personas adolescentes. “Llevo mucho tiempo luchando contra Donald Trump”, le dice a Elle.
Burke ha trabajado en todas las áreas concebibles de la justicia social, pero se ha dedicado concretamente a las niñas de color y sus dificultades, sobre todo en torno a cuestiones de igualdad racial y de género. También ha vivido personalmente la experiencia y, como joven superviviente de violencia sexual, se dio cuenta de que no había recursos suficientes para comenzar el largo camino a la curación.
Contó a Elle lo que vivió cuando intentó buscar ayuda: “Fui al centro local de ayuda para víctimas de violación, y llamé a la puerta y la mujer respondió; la abrió, pero no me invitó a entrar; era una mujer blanca mayor. Así que dije: ‘Estoy tratando de obtener información sobre sus servicios’ y ella dijo: ‘Sólo atendemos casos que nos mandan’. Y yo dije: ‘¿Que les mandan de dónde?’ Y ella dijo: ‘De las comisarías’”.
Ese fue el momento en el que Burke se dio cuenta de que tenía que hacer algo. “No teníamos muchos recursos, pero mi madre era muy resuelta”, contó a The Guardian. “Me metió en todo tipo de programas; me metió en todos los sitios donde pudo meterme”. Esas fueron las cosas que cambiaron el rumbo de su vida: “Los primeros atisbos de curación y de comprensión de lo que me había pasado de niña vinieron de lo que leí”.
Desde entonces, su trabajo se centró en crear un espacio para “apoyar y amplificar las voces de las supervivientes de abusos, agresiones y explotación sexuales” mediante la organización comunitaria, talleres y, más tarde, las redes sociales.
Siempre ha conocido las cifras, y la popularidad inmediata de Yo También sólo confirma lo que ya sabía desde hace tiempo. Recuerda uno de sus primeros talleres Yo También, con unas niñas de secundaria de Alabama. Al terminar, entregó unas fichas y pidió a las niñas que escribieran Yo También si necesitaban ayuda. En un grupo de unas 30 niñas, esperaba encontrar cinco o seis Yo También. Se quedó horrorizada al ver 20.
Gracias a su propia experiencia y a su extensa labor con otras supervivientes, Burke sabe que lo importante es saber que no estás sola, que hay otras personas que te entienden y te apoyan. Y así es como nació Yo También. “Sabía que cuando intercambias empatía con alguien, se produce una conexión inmediata con la otra persona diciendo ‘yo también’”, explica a Elle. “En eso consiste el trabajo. En supervivientes que hablan entre ellas”.
Saltamos a 2017. La actriz Alyssa Milano instó a las supervivientes de agresión sexual a que usaran las palabras “yo también” en Twitter, sin tener ni idea de su origen ni de su pasado. En apenas unas semanas, la etiqueta se usó más de 12 millones de veces. “Si en este país [Estados Unidos] tuviéramos un brote de una enfermedad contagiosa que hubieran contraído 12 millones de personas […], estaríamos dedicados solamente a buscar la cura. Esa es la diferencia en cómo considera la gente la enfermedad de la violencia sexual”, dice Burke a Variety.
La repentina popularidad de sus palabras y, más tarde, de su propio movimiento, tomaron por sorpresa a Burke. Pero sabía que era una oportunidad que no podía perder: “Creo que nunca veremos una época en la que haya una conversación nacional sobre la violencia sexual”, dice a The Telegraph.
En cuanto al futuro, sólo espera que este momento se transforme en un movimiento duradero. “Tenemos que estar ahora mismo en un momento de estrategia. Tiene que haber organización. Ha habido amplificación”, dice a The Telegraph. “El trabajo que tiene que haber ahora es lo que pasa después de que dices ‘Yo también’”.
Una de las metas de Burke es que se preste más atención a las víctimas que a los agresores. El movimiento consiste en “construir algo que no existe”, una comunidad global que ayude a orientar a las supervivientes de violencia sexual. Burke reclama más recursos para ayudar a las supervivientes a curarse, para ayudarles a comunicarse, para salvar vidas. En última instancia, busca crear comunidades y seguir educando a la gente sobre la violencia sexual.
Burke sabe que ahora está en una posición privilegiada y quiere usarla para bien. “Pero si no hubiera pasado, estaría aquí mismo, con mi camiseta Yo También, haciendo talleres y yendo a centros de ayuda para víctimas de violación” porque “el trabajo es el trabajo”, recuerda a The Guardian.
Cuando, este año, recibió un homenaje en la fiesta de Variety sobre el poder de las mujeres, Burke terminó su discurso con un grito de guerra: “Si están listas para cambiar el mundo, si están listas para unirse a este movimiento, si están listas para hacer el trabajo que hace falta para acabar con la violencia sexual, sólo puedo terminar con estas palabras: Yo también”.