Miles de mujeres y niñas —y algunos hombres— de Sudán del Sur que han sufrido violación en los ataques sexuales por motivos étnicos cometidos en el conflicto en curso están sufriendo malestar psíquico y estigmatización y no tienen a quien pedir ayuda; así lo revela Amnistía Internacional en un nuevo informe que ha publicado hoy.
En “Do not remain silent”: Survivors of Sexual violence in South Sudan call for justice and reparations, Amnistía Internacional revela actos de violencia sexual con agravantes cometidos contra miles de personas en todo el país desde que estallaron las hostilidades en diciembre de 2013. El informe es el resultado de un proyecto conjunto de investigación de Amnistía Internacional y 10 defensores y defensoras de los derechos humanos de Sudán del Sur que no pueden ser nombrados por miedo a que su gobierno tome represalias contra ellos.
Los agresores proceden de ambos bandos del conflicto que enfrenta a las fuerzas gubernamentales del presidente Salva Kiir, de etnia dinka, con las fuerzas opositoras de Riek Machar, de etnia nuer, y a sus respectivos grupos armados aliados.
“Son actos premeditados de violencia sexual en gran escala. Se ha sometido a mujeres a violaciones en grupo, agresiones sexuales con palos y mutilaciones con cuchillos”, ha afirmado Muthoni Wanyeki, directora regional de Amnistía Internacional para África Oriental, el Cuerno de África y los Grandes Lagos.
“Tales actos son indefendibles y dejan secuelas que debilitan y cambian la vida a las mujeres, incluidas lesiones físicas y trastornos psicológicos. Muchas sobrevivientes, además, han sido repudiadas por su esposo y su familia política, y estigmatizadas por su comunidad.”
Un equipo de investigación de Amnistía Internacional entrevistó a 168 víctimas de violencia sexual (de las que 16 eran hombres) en ciudades y pueblos de los cuatro estados sursudaneses (Ecuatoria Central, Jonglei, Alto Nilo y Unidad) y en tres asentamientos de personas refugiadas en el norte de Uganda.
En algunos casos, los agresores mataron a las víctimas después de violarlas. Hubo el caso de una mujer a quien los agresores mutilaron la vagina con un cuchillo después de violarla por resistirse. Murió a los cuatro días a causa de las heridas.
También hubo ataques contra civiles varones. A unos los violaron; a otros los castraron o les clavaron agujas en los testículos. En un caso especialmente espeluznante, cuatro soldados del gobierno introdujeron paja en el conducto anal de un joven, le prendieron fuego y miraron cómo se quemaba vivo.
Un superviviente llamado Gatluok, quien no había podido escapar con los demás cuando los soldados del gobierno asaltaron su pueblo, en el estado de Unidad, en mayo de 2015, contó lo siguiente a Amnistía Internacional:
“Debido a mi ceguera no pude huir con los jóvenes, así que me capturaron. Me dieron a elegir entre violación y muerte. Yo dije que no quería morir, así que decidieron violarme.”
“Algunos ataques parecen dirigidos a aterrorizar, degradar y avergonzar a las víctimas, y, en algunos casos, a impedir que los miembros de partidos políticos rivales puedan procrear”, ha manifestado Muthoni Wanyeki.
Sufrimiento interminable
Una de las mujeres con las que habló Amnistía Internacional ahora es seropositiva. Otras sufren fístulas e incontinencia intestinal. Varios hombres han quedado impotentes.
Muchas víctimas afirmaron que sufrían pesadillas, pérdida de memoria y falta de concentración, y que habían pensado en vengarse o suicidarse, todos ellos síntomas comunes del trastorno de estrés postraumático.
A Jokudu, de 19 años, la violaron salvajemente cinco soldados gubernamentales cerca de la localidad de Yei en diciembre de 2016. Ahora padece incontinencia urinaria y hemorragias frecuentes.
A Nyabake, de 24, la violaron en grupo unos soldados del gobierno en un puesto de control en Yuba en julio de 2016. Según afirmaba, no consigue dormir más de tres horas seguidas por la noche debido a las pesadillas y tiene la sensación permanente de que los soldados van a volver.
A Sukeji la violaron en grupo tres soldados gubernamentales en Kajo Keji en agosto de 2016, en presencia de sus dos hijos. Dijo: “A veces no puedo evitar recordarlo, aunque no quiera, y me echo a llorar. Me pregunto por qué mis hijos tienen que cargar con eso en su memoria. Cuando sean mayores, ¿qué pensarán de su madre?”.
Nyagai, a la que unos soldados del gobierno violaron en grupo en Yuba en julio de 2016, perdió la fe en su religión tras la agresión. Contó que había dejado de ir a la iglesia después de ser violada y que no había vuelto a rezar más. “El demonio me atravesó el día en que me violaron”, dijo.
Jacob, esposo de Aluel, violada delante de él por combatientes del Movimiento de Liberación Popular de Sudán en la Oposición en julio de 2016 en Yuba, dice que ha pensado en suicidarse.
“El gobierno de Sudán del Sur debe tomar medidas deliberadas para detener esta epidemia de violencia sexual, empezando por transmitir un mensaje inequívoco de tolerancia cero, ordenando inmediatamente una investigación efectiva e independiente sobre los ataques que se han cometido y garantizando que se obliga a los responsables a rendir cuentas en juicios justos”, ha afirmado Muthoni Wanyeki.
“Debe asimismo disuadir de la comisión de actos de violencia sexual, entre otras cosas apartando a los sospechosos de las fuerzas armadas hasta que las acusaciones contra ellos se confirmen o descarten de manera independiente. A las víctimas debe proporcionárseles justicia, asistencia médica y reparación.”
“Las fuerzas de la oposición deben prohibir igualmente la violencia sexual en sus filas, adoptar mecanismos sólidos de vigilancia de la conducta de sus combatientes y cooperar en todas las investigaciones y procesamientos de sus miembros en virtud del derecho internacional.”
Elegidas por motivos políticos y étnicos
Muchas de las víctimas fueron atacadas por su origen étnico, algo cada vez más asociado a la adhesión política al gobierno o a la oposición.
En la mayoría de los casos documentados por Amnistía Internacional, hombres de etnia dinka atacaron a mujeres de etnia nuer, y hombres nuer atacaron a mujeres dinka. Pero también hubo casos, por ejemplo en el estado de Unidad, de hombres nuer afines al gobierno que violaron a mujeres nuer a las que consideraban afines a la oposición. En otros casos, soldados del gobierno atacaron a mujeres de comunidades que no eran de la etnia nuer.
“[Los soldados del gobierno] me decían que le echara la culpa a Dios por haberme hecho nuer”, contó Nyachah, de 36 años, violada por siete soldados del gobierno en la capital, Yuba. Sus agresores llevaban uniforme de la Guardia Presidencial y hablaban dinka.
Nyaluit, violada por cinco soldados gubernamentales en diciembre de 2013, dijo: “Me violaron por ser una mujer nuer […]. Hablaban de lo que pasó en Bor: mujeres y niñas dinka fueron violadas y asesinadas por los nuer, el grupo étnico de Riek Machar”.
James, de etnia dinka, fue obligado a mirar cómo nueve combatientes de la oposición nuer irrumpían en su casa y violaban por turno a su esposa, Acham, antes de matarla. “¿No sabes que los dinka y los nuer están en guerra y que muchos nuer han sido asesinados por dinkas en Yuba?”, le preguntaron los asaltantes.