Mohammad al Qahtani, profesor de Economía y cofundador de la Asociación Saudí de Derechos Civiles y Políticos (ACPRA), una de las pocas organizaciones independientes de derechos humanos de Arabia Saudí, cumple una pena de 10 años de prisión por su activismo pacífico. Su esposa, Maha, cuenta cómo es la vida para su familia desde que fue detenido.
Lo único que queda es una silueta de recuerdos, clavada en alguna parte de nuestra mente. Recuerdos que nos negamos a olvidar. Me acuerdo de nuestros días en Arabia Saudí, cuando llevábamos a los niños a la escuela cada día y luego desayunábamos juntos antes de salir a nuestros trabajos. Ése era nuestro momento especial, para relajarnos y respirar. Extraño la simplicidad de esa vida juntos. Los niños dicen constantemente que les gustaría volver al pasado y pasar más tiempo con él.
Vidas que han cambiado para siempre
Con el comienzo del juicio de Mohammad en junio de 2012, nuestras vidas cambiaron para siempre. Cuando empezamos a recibir amenazas, nos dimos cuenta de los peligros a los que nos podíamos exponer los niños y yo, y en ese momento decidí que teníamos que salir de Arabia Saudí e ir a Estados Unidos.
El 9 de marzo de 2013 fue un día para recordar. Ése fue el día que supe por Twitter que mi esposo había sido condenado a 10 años de prisión y a 10 años de prohibición de viajar. ¿Su delito? Documentar abusos contra los derechos humanos y propugnar reformas políticas pacíficas.
Ese día, cuando no pude localizar a Mohammad, me sentí perdida. Tenía que ser fuerte por los niños, pero no podía. Estaba conmocionada. Necesitaba oír su voz, hablar con él. Me temí lo peor, y no estaba equivocada.
Nadie conocía su paradero. Hasta el día siguiente, cuando sus abogados visitaron el despacho del juez, no supimos que lo habían llevado a la prisión de Malaz en la capital, Riad. El juez miró a los abogados de Mohammad como pidiendo disculpas y dijo: “Lo siento, la sentencia ha venido de arriba, no de mí”.
Sus abogados lo visitaron en la cárcel y su mensaje para mí fue claro: “Estoy bien, cuídate mucho, cuida mucho a los niños y no te preocupes por mí”.
Ése es mi Mohammad, un padre muy amante de nuestros cinco hijos, un esposo increíble y un hombre trabajador y altruista.
Cuatro días después de su detención oí por fin su voz. Fue una llamada muy corta, pero era lo único que necesitaba: al oír su voz encontré el valor para decirles a nuestros hijos lo que le había pasado a su padre.
Nuestro rayo de luz
Han pasado casi cuatro años desde la detención de Mohammad, cuatro largos años de vivir en el extranjero como madre soltera y estudiante. No voy a fingir que ha sido fácil; no lo ha sido, pero por lo menos puedo decir que no estoy sola. Aunque está entre rejas a miles de kilómetros de nosotros, Mohammad está conmigo, con nosotros, constantemente. Sin él y sin su apoyo no habría salido adelante. Él nos empuja para que vivamos una vida normal, para que sigamos siendo positivos, pase lo que pase. Es nuestro rayo de luz.
Sí, lo extrañamos mucho, pero él trata de estar presente en todos los aspectos de nuestra vida. Los niños le piden consejo cuando nos llama desde la cárcel. Él siempre los anima a seguir creciendo y a trabajar mucho.
Incluso participa por teléfono en las reuniones de padres y madres con el profesorado de la escuela y, si sabe que alguno de los niños está indispuesto o tiene que ir al hospital, está allí cada segundo al teléfono, llamando para asegurarse de que están bien. Nunca en mi vida he estado sola en el hospital. Él ha estado conmigo todo el tiempo.
Layla, nuestra hija más pequeña, tiene ahora tres años. Nunca ha tenido la oportunidad de conocer a su padre y de jugar con él, pero le encanta cantarle y contarle sus historias del jardín de infancia y sus aventuras con nuestro nuevo gato, Harley Davidson. Cuando lo extraña, intenta convencerle sin tregua de que venga a casa.
Fuertes a su lado
Desde su detención, Mohammad ha pasado por muchas cosas en la cárcel. El peor año fue 2013; las autoridades se esforzaron mucho para quebrantarlo. Lo trasladaron a otra sección y lo separaron sin ningún motivo de Abdullah al Hamid, su amigo y compañero de la ACPRA, que fue condenado y detenido con él.
Le enviábamos cosas a la prisión, pero se las confiscaban para obligarlo a comprar en la tienda de la cárcel, que es muy cara y sólo vende cosas de baja calidad. Este tipo de maltrato hizo que Mohammad emprendiera dos huelgas de hambre.
Mohammad es fuerte y está dispuesto a defender sus creencias y a sacrificarse por un futuro mejor para sus hijos y su país.
No supimos valorar lo suficiente el tiempo que pasamos con él, pero ahora todos deseamos volver a verlo con todas nuestras fuerzas. Cada día espero que pongan en libertad a mi esposo, que podamos vivir una vez más en nuestro país, nuestro hogar, juntos de nuevo. Hasta ese día, permanecemos fuertes a su lado, sin dejar nunca que sus creencias o nuestros recuerdos de él se debiliten.