Dos años y medio después del secuestro de 219 niñas en Chibok, Nigeria, por Boko Haram, que provocó indignación en todo el mundo y dio lugar a la campaña #BringBackOurGirls, se ha producido por fin una buena noticia.
Ayer, 21 de esas niñas se reencontraron con sus familias en una emotiva ceremonia en Abuja, en la pudieron abrazarse a unos progenitores a quienes pensaban que ya no volverían a ver.
Pero no es un final del todo feliz: las niñas están traumatizadas y angustiadas después de 30 meses de cautiverio, y no se sabe gran cosa de la suerte de las casi 200 escolares que continúan en paradero desconocido.
Pero menos aún se sabe de los otros niños y niñas atrapados en la red de este conflicto, los que sufren horrendos abusos perpetrados no por Boko Haram, sino por el gobierno nigeriano.
Una investigación realizada por Amnistía Internacional en mayo reveló que más de 120 niños estaban recluidos en régimen de incomunicación en una celda infestada de enfermedades en el tristemente célebre centro de detención del cuartel de Giwa, en Maiduguri, capital del estado de Borno. Niños menores de cinco años estaban detenidos en tres celdas para mujeres.
La misma investigación reveló que 12 niños, entre ellos bebés y niños de corta edad, murieron en Giwa entre los meses de enero y mayo, víctimas de malnutrición y enfermedades. (Casi 150 adultos también perdieron la vida.)
Estos niños son las víctimas olvidadas de la lucha de Nigeria contra Boko Haram.
El gobierno sostiene que Giwa alberga a presuntos miembros de Boko Haram en tránsito hacia centros de detención más establecidos, pero lo cierto es que estos detenidos pueden ser en la misma medida civiles desplazados y atrapados en las redes del operativo contra la insurgencia del ejército.
Se cree que más de 1.000 personas están recluidas en Giwa, en su mayoría detenidas en masa sin que se hayan presentado formalmente cargos en su contra.
Promesas rotas
Tras la publicación del informe de Amnistía Internacional en mayo, el presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari, declaró a Christiane Amanpour, periodista de la CNN, que se llevaría a cabo una investigación exhaustiva sobre el centro de detención.
Cinco meses después, han trascendido informes de la liberación de algunos “detenidos exonerados” del cuartel de Giwa, pero sigue sin llevarse a cabo investigación alguna sobre la detención de niños, ni sobre la muerte de menores y adultos en Giwa. Nuestra investigación revela que las celdas de Giwa se siguen llenando, y que adultos y niños siguen muriendo en ellas.
Desde que el presidente Buhari hizo su promesa a la CNN, Amnistía Internacional ha confirmado la muerte de otros 15 bebés y niños de corta edad en Giwa. También nacen niños y niñas bajo custodia: una ex detenida que fue puesta en libertad este año nos dijo que habían nacido 15 bebés durante los seis meses que pasó detenida.
Umar, un niño liberado recientemente de Giwa, habló con Amnistía Internacional sobre las condiciones en el centro, y contó que había más de 200 niños hacinados en su celda, cifra que representa un considerable aumento respecto a los 120 niños que Amnistía registró en la misma celda en mayo.
Su celda está tan atestada que algunos niños se ven obligados a dormir unos encima de otros, dijo Umar, cuyo nombre se ha modificado para proteger su identidad. No se les permite salir al exterior, salvo cuando sus captores hacen el recuento. Umar dijo que 50 niños de su celda no tenían más de 6 años.
A Umar lo llevaron a Giwa desde un campamento para personas desplazadas en Bama, después de huir con su familia de la violencia y la intimidación de los extremistas de Boko Haram. Su padre fue acusado de ayudar al grupo, y Umar fue encerrado en Giwa sin cargos.
Hasta mayo de este año, un detenido adulto de Giwa visitaba cada mañana la celda de los niños para intentar dar continuidad a su educación. Los niños aprendieron de memoria el alfabeto inglés y los números, pero tras su liberación los niños no tenían otra ocupación que esperar en su celda a que pasara el día.
Umar dice que sólo tenían unas pocas pelotas que les habían facilitado los soldados para rodarlas por la celda. Esas pelotas, y de vez en cuando la llamada para pasar lista en el exterior, eran las únicas ocupaciones que jalonaban el aburrimiento de su detención.
A menudo pasaban dos días hasta que un médico veía a los que estaban enfermos. Muchos compañeros de celda de Umar tenían malaria, entre ellos un niño de 7 años que murió debido a esa enfermedad.
“Lo sacaron de la celda. No sé a dónde lo llevaron”, dijo Umar. “No había agua ni alimentos suficientes. No había higiene.”
Como todos los detenidos en el cuartel, Umar afirma que él y el resto de los niños estaban recluidos en régimen de incomunicación y se les negaba el acceso a sus familias y al mundo exterior.
La crisis más general
Más allá del horror de las niñas secuestradas de Chibok y de los niños a los que se deja morir en Giwa, a los niños y niñas “libres” del noreste de Nigeria no les va necesariamente mucho mejor.
La región hace frente a una de las mayores crisis humanitarias de África. Desde 2009, Boko Haram causa estragos en la región, y ha matado a miles de personas. Aproximadamente 2,4 millones de personas se han visto desplazadas, la mayoría niños y niñas.
Muchas de estas personas viven en campamentos en condiciones espantosas, en peligro de morir de malnutrición severa, deshidratación y atención médica inadecuada, y con escasa o ninguna asistencia del mundo exterior.
Las condiciones en el estado de Borno son especialmente difíciles, y es urgente proporcionar asistencia humanitaria.
Según Unicef, 244.000 niños y niñas sufren malnutrición aguda severa en Borno, y se calcula que unos 49.000 niños y niñas morirán si no reciben tratamiento.
Personas desplazadas en el campo de Bama, donde residía Umar, han ofrecido a Amnistía Internacional relatos desgarradores sobre la vida en ese lugar, y han descrito cómo niños y niñas sucumben con frecuencia al hambre y las enfermedades.
“La mayoría de las mujeres han perdido a sus hijos”, nos dijo una mujer tras salir de Bama. “En nuestro grupo había 15 mujeres de una misma población: perdimos a 20 niños.”
Médicos Sin Fronteras ha contado 1.233 tumbas cerca del campamento en el último año. De ellas, 480 eran de niños y niñas.
¿Qué se puede hacer?
Instamos al presidente Buhari a que cumpla su palabra e investigue de manera exhaustiva los abusos y las muertes en Giwa. Es un campo de la muerte y debe cerrarse. La lucha contra Boko Haram no es excusa para encarcelar a niños.
El gobierno anterior respondió con increíble lentitud al secuestro de las niñas de Chibok; la administración del presidente Buhari no debe escatimar esfuerzos ahora para recuperarlas, junto con todas las demás víctimas de secuestros.
Hace ya demasiado tiempo que se ignora la crisis más general. La respuesta a las necesidades humanitarias de las personas afectadas por el conflicto no sólo ha sido lenta, sino también inadecuada.
El gobierno y la comunidad internacional no deben olvidar a los niños y niñas que sufren en silencio en lugares como Giwa y los campos para personas desplazadas en Borno, rodeados de pequeñas tumbas que nos avergüenzan a todos.