La “Reunión plenaria de alto nivel sobre la respuesta a los grandes desplazamientos de refugiados y migrantes” tenía como objetivo abordar la crisis mundial de refugiados, una crisis en la que, a diario, millones de personas que huyen de la guerra y la persecución en países como Siria, Sudán del Sur, Myanmar e Irak padecen un sufrimiento y unas violaciones de derechos humanos intolerables.
Los líderes mundiales reunidos en la Asamblea General acordaron un documento final que decía que ayudarían a las personas refugiadas, pero no acordaba un plan real. Palabras vacías que no cambian nada.
No puede, ni debe, permitirse que después de la Reunión se dé un giro que conforte a los líderes mundiales. Colectivamente, han fallado. Pospusieron hasta 2018 un plan mundial sobre las personas refugiadas y eliminaron del documento final el único objetivo tangible: reasentar al 10 por ciento de estas personas anualmente.
No obstante, no todos los Estados fallaron. Unos pocos países, como Canadá, que en el último año ha aceptado a 30.000 personas refugiadas, han mostrado liderazgo, pero la mayoría pasaron los meses previos a la Reunión asegurándose de que no se podían hacer progresos.
Amnistía Internacional pide un aumento considerable del reasentamiento de las personas refugiadas para sacar a la gente de situaciones peligrosas e insostenibles.
Ante el fracaso de la reunión de alto nivel de la ONU, los activistas de Amnistía Internacional de todo el mundo se están uniendo para lanzar “Te doy la bienvenida”, una gran campaña de apoyo a los derechos de las personas refugiadas. La campaña es el antídoto no sólo a la inercia política sino, lo que es peor, a la rendición política ante una agenda populista alimentada por el miedo. Su objetivo es dar un megáfono a las personas cuya disposición a aceptar a refugiados se ve asfixiada por lo que el alto comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos describió recientemente como “fanáticos que usan la raza como cebo”.
En mayo de este año, una encuesta de Globescan encargada por Amnistía Internacional concluyó que la gran mayoría de la gente (el 80 por ciento) recibiría con los brazos abiertos a las personas refugiadas, y muchos incluso estarían dispuestos a aceptarlas en sus casas. El Índice de Bienvenida a los Refugiados, basado en una encuesta mundial a más de 27.000 personas, clasificaba a 27 países de todos los continentes según el grado de disposición de su población a aceptar que vivan personas refugiadas en sus casas, barrios, ciudades y países.
El primer lugar del Índice lo ocupaba China. Algo menos de la mitad de las personas encuestadas en China (el 46 por ciento) dijeron que aceptarían refugiados en su propia casa. En Alemania, más de la mitad (el 56 por ciento) dijeron que aceptarían personas refugiadas en su barrio, y una de cada diez, que las admitirían en su casa.
La gran mayoría de los habitantes de Reino Unido (el 87 por ciento) dejaría entrar a las personas refugiadas, y no había señales de decaimiento de la aceptación en la población de varios países que ya acogían a un número elevado de personas refugiadas: Grecia y Jordania ocupaban, junto a Alemania, uno de los 10 primeros puestos del Índice.
Pero la campaña “Te doy la bienvenida” de Amnistía Internacional no trata sólo de subir el volumen en apoyo a las personas refugiadas: también promueve políticas concretas con las que abordar la crisis mundial de refugiados, basándose en el concepto del reparto justo de la responsabilidad entre los Estados. En el mundo hay 193 países y 21 millones de personas refugiadas. Más de la mitad de estas personas refugiadas —casi 12 millones— viven en tan sólo 10 de estos 193 países. Esto es intrínsecamente insostenible.
Los países que acogen a esas elevadísimas cifras de personas refugiadas no pueden atenderlas. Muchas personas refugiadas viven en la miseria más absoluta, sin acceso a servicios básicos y sin esperanzas de futuro. No es de extrañar que muchas estén desesperadas por trasladarse a otro lugar, y que algunas estén dispuestas a arriesgarse a peligrosos viajes para tratar de lograr una vida mejor. Amnistía Internacional pide un aumento considerable del reasentamiento de las personas refugiadas para sacar a la gente de situaciones peligrosas e insostenibles. Esto permitiría a más personas refugiadas desplazarse de forma segura y permitiría a los Estados planificar su llegada.
La gran mayoría —bastante más del 80 por ciento— de las personas refugiadas están en países de rentas bajas y medias. Las naciones más ricas del mundo son las que acogen a menos refugiados.
Aunque pedimos a los Estados individuales que hagan más para reasentar a las personas refugiadas y para abrir vías seguras y legales con el fin de que las personas soliciten asilo, este sigue siendo un sistema ad-hoc. En última instancia, queremos que los gobiernos acuerden un mecanismo para permitir un reparto de responsabilidades basado en criterios tales como la riqueza nacional, el número de habitantes y el índice de desempleo: criterios de sentido común que reconocen que la gente que llega como refugiada tendrá, al principio, un impacto en la población y los recursos locales.
Uno de los motivos de que un sistema basado en la “capacidad de los Estados” tenga tanta importancia es que abordará la enorme desigualdad actual del reparto de responsabilidades. La gran mayoría —bastante más del 80 por ciento— de las personas refugiadas están en países de rentas bajas y medias. Las naciones más ricas del mundo son las que acogen a menos refugiados.
Reino Unido, por ejemplo, ha aceptado a aproximadamente 8.000 personas sirias desde 2011, mientras que Jordania —con una población casi 10 veces menor que Reino Unido y el 1,2 por ciento de su PIB— alberga a más de 650.000 personas refugiadas de Siria (además de a unos dos millones de personas refugiadas de Palestina). Aunque el total de personas refugiadas y solicitantes de asilo en Australia es de 58.000, no se pueden comparar con las 740.000 de Etiopía.
Y hay que preguntarse, ¿por qué no se está produciendo un reparto más justo de la responsabilidad? En muchos países, el debate político ha estado dominado por una narrativa xenófoba, contraria a la migración e impulsada por el miedo y por la preocupación en torno a la seguridad. La población de algunos países está sometida casi a diario a información errónea, y eso es algo que queremos cambiar. Sabemos que hay muchas personas que comparten este objetivo, entre ellas personas a las que hemos conocido en Grecia, Italia, Jordania o Líbano, que han abierto sus puertas y han montado guardia en las playas, arriesgándose ellas mismas por ayudar a otras.
Creemos que se puede convencer a la gente de que pase a formar parte de una solución compartida, justa y mundial a la crisis de refugiados. Cualquier líder que merezca ese título debería estar defendiendo esta postura.