Amnistía internacional publica hoy un mapa interactivo que revela la verdadera magnitud del terror desplegado en Irak durante el último año. Este mapa detalla el número de civiles iraquíes que se han visto atrapados en una espiral letal de crímenes espantosos cometidos por el grupo armado autodenominado Estado Islámico (IS, por sus siglas en inglés) y de la brutal venganza de las milicias chiíes, actualmente en posición dominante y respaldadas por el gobierno, y de las propias fuerzas gubernamentales.
Como parte del mapa, la organización publica dos informes que contienen sus conclusiones relativas a dos matanzas perpetradas en enero de 2015, al parecer como venganza por unos crímenes cometidos por el IS: la matanza de al menos 56 –es posible que más de 70– hombres de origen árabe suní en la localidad de Barwana (provincia de Diyala) por parte de integrantes de las milicias chiíes y de las fuerzas gubernamentales, y la muerte de 21 árabes suníes de la región de Sinjar a manos de miembros de una milicia yazidí.
“Irak se ha visto envuelto en una espiral letal de violencia desde que, hace un año, el IS invadiese una gran parte del país. A los atroces crímenes cometidos por el IS se han sumado los cada vez más frecuentes ataques sectarios por parte de las milicias chiíes, que están atacando a la población árabe suní como venganza por los crímenes del IS”, ha afirmado Donatella Rovera, asesora general de Amnistía Internacional sobre respuesta a las crisis, que pasó en Irak la mayor parte del año pasado documentando crímenes de guerra y otras violaciones graves de derechos humanos.
“Al pertenecer los autores tanto al IS como a las poderosas milicias chiíes, casi todas fuera del alcance de la ley, la población civil no tiene a quién acudir en búsqueda de protección, y las víctimas no tienen acceso a la justicia.”
Desde de que el 10 de junio de 2014 el IS tomara Mosul, la segunda mayor ciudad de Irak, este grupo ha desatado una campaña de terror, llevando a cabo ejecuciones sumarias en masa, actos de violencia sexual, secuestros y tortura contra la población musulmana chií, así como contra las minorías étnicas y religiosas.
“El mapa pone de relieve el exceso de violencia terrible ejercida por todas las partes, que ha incrementado las tensiones sectarias y se ha cobrado un número inimaginable de víctimas civiles de todas las comunidades. Esto marca un capítulo oscuro de la historia de Irak”, ha dicho Donatella Rovera.
Decenas de mujeres y niñas explicaron a Amnistía Internacional cómo el 26 de enero de 2015, en uno de esos ataques a Barwana, las milicias chiíes y las fuerzas gubernamentales sacaron de casa a sus familiares y vecinos varones y les dispararon a sangre fría causándoles la muerte. Los cuerpos, muchos de ellos esposados y con los ojos vendados, fueron encontrados esparcidos por la ciudad, por lo que cabe concluir que fueron víctimas de ejecuciones sumarias equivalentes a crímenes de guerra.
“Había cuerpos por todas partes, decenas de cuerpos. Algunos estaban en el basurero y, otros, en un terreno. No puedo olvidar la imagen de cabezas reventadas, cuerpos retorcidos y ríos de sangre. Los niños también lo vieron. Los gritos siguen resonando en mi cabeza. Fue algo inconcebible”, contaba Nadia, cuyo marido, hijo y yerno fueron de los que resultaron muertos durante el ataque.
Otros habitantes describieron cómo unos hombres armados, algunos de los cuales se cree que pertenecían a la milicia Badr –una de las milicias más poderosas de Irak, que llevaba semanas luchando contra grupos del IS en esa zona– fueron casa por casa, llevándose a los hombres, pero sin registrar las viviendas ni interrogar a sus familiares. La mayor parte de quienes murieron eran hombres jóvenes, de entre 20 y 40 años, pero también había niños y mayores. Entre ellos, también resultaron muertos un chico de 17 años y su hermano mayor de 21, casado y con un bebé recién nacido.
Esta matanza estuvo precedida por la muerte de miembros de las milicias chiíes y de las fuerzas gubernamentales que llevaban semanas luchando contra grupos del IS en los alrededores, y lleva la marca de ser una represalia.
“Aparentemente, quienes cometieron la masacre fueron a esa localidad con la intención de matar a varones árabes suníes: no registraron las viviendas de las víctimas ni interrogaron a sus familiares”, ha señalado Donatella Rovera.
Las milicias chiíes, que cuentan con el apoyo y las armas del gobierno iraquí, han realizado ataques similares por todo el país, secuestrando y matando a un gran número de civiles sunníes con total impunidad y, en algunos casos, obligando a comunidades sunníes enteras a desplazarse.
A pesar de que el primer ministro Haider al Abadi se comprometió a abrir una investigación sobre la matanza de Barwana, seis meses después no hay ninguna señal de que se hayan tomado medidas para que los responsables de las muertes rindan cuentas.
Otra venganza clara, que tuvo lugar en la región de Sinjar, ilustra las devastadoras consecuencias de la campaña de limpieza étnica llevada a cabo por el IS contra la minoría yazidí. El año pasado, esta comunidad sufrió secuestros en masa en los que cientos de hombres fueron ejecutados sumariamente, y las mujeres y niñas fueron violadas y sometidas a esclavitud sexual.
El 25 de enero de 2015, en represalia, los miembros de una milicia yazidí atacaron dos poblaciones árabes, Jiri y Sibaya, matando a 21 habitantes, y saqueando e incendiando viviendas. No se salvó prácticamente ninguna casa. La mitad de quienes perdieron la vida eran personas mayores o con discapacidades, mujeres, y niños y niñas. Otras 40 personas fueron secuestradas, y 17 de ellas siguen desaparecidas. Los habitantes de la localidad dijeron que en el momento del ataque había presencia de algunos miembros de las fuerzas de seguridad asayis y peshmerga del Gobierno Regional del Kurdistán, pero que no trataron de detenerlos.
El padre de dos de las víctimas de Jiri, un chico de 15 años y su hermano de 20, contó a Amnistía Internacional que sus hijos habían muerto por disparos y que sus cuerpos habían sido abandonados en una población yazidí cercana. El hermano menor, con tan solo 12 años, sobrevivió milagrosamente tras haber recibido cuatro disparos: en la espalda, en el pecho, en un brazo y en una pierna.
Nahla, vecina de Jira, de 34 años y madre de cinco hijos, explicó cómo su marido y uno de sus hijos murieron por disparos a sangre fría, y cómo su bebé se había salvado por poco, ya que una bala atravesó la manta con la que lo había envuelto para llevarlo en brazos.
En la cercana localidad de Sibaya, la mayoría de las personas que cayeron eran personas mayores, o mujeres y hombres con discapacidades que no pudieron huir. También mataron a dos niños.
“No podíamos imaginar que los asaltantes se dirigieran contra las personas mayores y enfermas, pero lo hicieron”, expresó un hombre al describir cómo su padre de 66 años, que estaba confinado a una silla de ruedas, recibió un tiro letal.
“Resulta profundamente preocupante ver cómo miembros de la comunidad yazidí, que tanto han sufrido a manos del IS, están cometiendo ahora estos crímenes tan brutales”, ha declarado Donatella Rovera.
“Estos desafortunados intentos de tomarse la justica por su mano y vengarse de comunidades enteras solo han traído más desgracia y sufrimiento a la población civil.”
Aunque las autoridades del Gobierno Regional del Kurdistán y las fuerzas peshmergahan tratado de mantener separadas a las comunidades yazidíes y árabes para evitar nuevos ataques, no parece que se haya realizado ninguna investigación sobre los ataques a Jiri y a Sibaya.
“Mirando en perspectiva la carnicería y el caos que se ha instaurado un año después de la toma del poder por parte del IS, la imagen que se desprende es la de un Irak más fracturado y amargamente más dividido que nunca, y unas facciones rivales resueltas a destruirse entre sí, sin distinguir entre combatientes y civiles”, afirma Donatella Rovera.
“Las autoridades iraquíes deben hacer todo lo posible para rebajar las tensiones sectarias llevando ante la justicia a todos los responsables, sin discriminación alguna. Las víctimas necesitan saber que quienes han cometido crímenes de guerra y otras violaciones graves de derechos deberán rendir cuentas de forma individual, independientemente de su religión, identidad étnica o posición. Si no se pone fin a la impunidad, la población civil de Irak seguirá atrapada en un ciclo letal de violencia sectaria, y serán las comunidades, en lugar de los responsables concretos, quienes sufran las consecuencias.”