Con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa, Amnistía Internacional ha recordado que, en Afganistán, quienes ejercen el periodismo sufren amenazas, intimidación y violencia sólo por hacer su trabajo, homenajeando al mismo tiempo a los 10 periodistas afganos —tanto hombres como mujeres— muertos en terribles atentados esta semana.
En el contexto de una violencia que sigue sin remitir, el doble atentado con bomba de Kabul y el tiroteo de Jost convirtieron la jornada del pasado lunes en la más mortífera para los periodistas desde el comienzo del conflicto de Afganistán en 2001. En Kabul, las bombas se cobraron la vida de 29 personas y dejaron heridas a otras 45.
“Los periodistas afganos se encuentran entre los más valientes del mundo. Su trabajo se desarrolla en condiciones de dificultad extrema, con amenazas, intimidación y violencia sólo por llevar a cabo su labor periodística. En estos momentos en los que, lamentablemente, muchas personas se han olvidado el país y en los que el desempeño del periodismo implica poner constantemente en peligro la propia vida, ellos continúan enfrentándose a la injusticia y dando voz a las víctimas”, ha declarado Omar Waraich, director adjunto de Amnistía Internacional para Asia meridional.
Nueve de los periodistas muertos habían acudido al lugar de los atentados en Kabul, ocurridos en hora punta. Un segundo agresor se hizo pasar por periodista y, sirviéndose de una acreditación falsa, se abrió camino hasta un grupo de periodistas, para detonar a continuación un dispositivo. Los sobrevivientes se desprendieron de sus cámaras y material de trabajo para ayudar a las víctimas.
“El segundo agresor buscó específicamente matar a periodistas, que se habían congregado en el lugar, atraídos por el primero. Momentos después de haber matado a un grupo de civiles, atacaron a otro, perpetrando así varios crímenes de guerra en un mismo lugar”, explicó Omar Waraich.
Apenas habían tenido tiempo de informar de la tragedia de Kabul, en la que habían perdido a algunos de sus más preciados compañeros y compañeras, cuando los periodistas afganos recibieron la noticia de la muerte de Ahmad Shah, reportero afgano de la BBC, abatido a tiros en la provincia de Jost, junto a la frontera paquistaní.
Según el Comité para la Seguridad de los Periodistas en Afganistán, desde 2001 al menos 80 trabajadores y trabajadoras de medios de comunicación ha perdido la vida en el desempeño de sus labores profesionales en Afganistán.
Los periodistas muertos
Entre los 10 periodistas figuraba Shah Marai, legendario fotógrafo de AFP, que había capturado en toda su intensidad los trágicos efectos de varios atentados ocurridos en Afganistán, hasta que murió en uno de ellos. Era padre de seis hijos, las más pequeña de ellos, de menos de un mes.
Yar Mohammad Tokhi trabajaba para TOLO TV, cadena de televisión afgana radicalmente independiente, que ya había llorado con anterioridad la muerte de sus profesionales. En 2016, la cadena sufrió un atentado con bomba, que se saldó con la muerte de siete trabajadores y trabajadoras, y provocó heridas a otros 26. Cuando sus seres queridos dieron sepultura a Yar Mohammad Tokhi, descubrieron que llevaba una alianza matrimonial manchada de sangre. Iba a casarse al mes siguiente.
Mahram Durani, productora y presentadora de la emisora de radio Salam Watandar, formaba parte de la emergente generación de mujeres periodistas de Afganistán. Ebadullah Hananzai también periodista radiofónico, trabajaba para Radio Azadi. Ghazi Rasooli, reportero de 1TV, y Nowroz Ali Rajabi, cámara de la misma empresa. Saleem Talash, reportero, y Ali Saleemi, cámara de Mashal TV. Sabawoon Kakar, periodista de Radio Azadi.
Víctimas civiles
Los atentados del lunes constituyen el último de una serie de persistentes ataques contra la población civil de Afganistán. Una semana antes, 60 personas habían muerto cuando esperaban en un colegio electoral de Kabul.
Según la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán, en cada uno de los cuatro últimos años, más de 10.000 personas han resultado muertas o heridas en atentados perpetrados por todo el país, aunque la más golpeada ha sido la capital, Kabul.
Algunos de ellos han constituido clamorosos crímenes de guerra, como el del 25 de enero de este año, reivindicado por los talibanes, en el que una ambulancia cargada de explosivos impactó contra una concurrida zona comercial de Kabul conocida como Chicken Street, provocando la muerte a más de 100 personas, y heridas a otras 235, como mínimo.
Asimismo, la población civil ha sido víctima de ataques de las fuerzas del gobierno. El 2 de abril, el ejército lanzó un ataque contra una mezquita de la septentrional provincia de Kunduz, en el que murieron al menos 70 personas y otras 30 resultaron heridas.
Entretanto, continúan las devoluciones a Afganistán, que violan el principio de no devolución (non-refoulement): de conformidad con el derecho internacional, no se puede devolver a nadie a un país en el que corra peligro de sufrir violaciones graves de derechos humanos.
Los países europeos no dejan de enviar por la fuerza a miles de afganos y afganas a situaciones de peligro. En concreto, la semana pasada Turquía alardeó de haber alcanzado su objetivo de 10.000 devoluciones en cuestión de semanas.
“Nadie puede afirmar en serio que Afganistán sea seguro. Y, sin embargo, los gobiernos europeos, turco, iraní y paquistaní siguen devolviendo a afganos, dando así la espalda al sufrimiento del país y poniendo a esas personas en peligro”, ha declarado Omar Waraich.