¿Cuál debe ser la respuesta de quienes creen en los derechos humanos ante la era Trump?

El programa de Donald Trump ha supuesto un reto para todas las personas implicadas en el movimiento de los derechos humanos, sobre todo porque sigue el camino trazado por dirigentes tales como Recep Tayyip Erdoğan, Narendra Modi, Rodrigo Duterte y Vladimir Putin. Una serie de políticos europeos, esperando conseguir este año una posible ventaja electoral en Alemania, Francia y Países Bajos, han hecho también causa común con él.

La táctica que utilizan estos dirigentes es hacer ver a un segmento suficientemente amplio del público que están de su parte, sacando partido de su descontento por sentirse abandonado por las élites. La solución que ofrecen incluye la demonización del “otro”.
Analistas de todas las tendencias políticas llevan años avisando de que, tras la crisis económica global, hay una creciente ira por los niveles de desigualdad que existen tanto entre los países como dentro de cada país. Oxfam publicó la semana pasada un informe según el cual ocho personas poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad. En este marco, estos líderes han popularizado ideas que convierten al otro en chivo expiatorio, pero que en realidad no son soluciones a nuestros problemas.
Mientras, existe el peligro de que los activistas de derechos humanos parezcan quedarse al margen condenando cuestiones tales como las medidas represivas contra la libertad de expresión y el uso de la tortura. Todo esto será ignorado por un líder fuerte, que afirma actuar con el mandato popular.
Hay quien advierte que es algo aún más serio que la posible irrelevancia temporal del proyecto de derechos humanos, y que es posible que en los años venideros veamos desaparecer el apoyo a los derechos básicos universales, especialmente si se cree que lo que más nos preocupa es lo que algunos podrían describir como cuestiones más etéreas. Si bien estas causas siguen siendo críticas, el hecho de que nos centremos en ellas hace que parezca que no estamos en contacto con el día a día de la mayoría de la gente, y que se nos acuse de debilitar la seguridad.
Los y las activistas de derechos humanos nos encontramos en esta situación insólita porque también creemos en la indivisibilidad de los derechos humanos, consagrada en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Esto significa que, además de creer en los derechos civiles y políticos, como la prohibición de la discriminación y la esclavitud, también creemos en los derechos económicos y sociales, como el derecho a la educación y al acceso a la atención a la salud y los servicios sociales. Creemos en el derecho al trabajo, a recibir un sueldo justo por él, y en el derecho a un nivel de vida adecuado.
Por tanto, para avanzar, los y las activistas de derechos humanos debemos demostrar que nuestra causa sintoniza con las vidas cotidianas de la gente de a pie y repercute en ellas. Debemos mostrar cómo los derechos benefician a los hogares, las comunidades y las naciones. Como afirmó Amartya Sen hace décadas, el desarrollo económico exige libertad y la libertad carece de valor sin el desarrollo. Ambos deben ir de la mano.
Esto fue patente durante la Primavera Árabe. Las multitudes pedían la caída de sus regímenes, pero lo que las impulsaba a la acción era la necesidad de pan y trabajo. En el mundo árabe, los y las activistas de los derechos humanos globales hacen bien en hacer oír su voz sobre cuestiones como la pena de muerte, la libertad de expresión y la tortura. Está claro que las leyes sobre la blasfemia deben ser abolidas y que las minorías religiosas deben ser protegidas y respetadas. Pero se trata también de una región acosada por la pobreza y la desigualdad, y nuestras voces de preocupación pueden parecer poco sinceras si no abordamos todo el panorama.
Los grupos de derechos humanos globales han dedicado mucha menos atención a asuntos tales como la salud, la alimentación y otros derechos que afectan al bienestar general de la mayor parte de la gente. Hay buenas razones históricas que lo explican, pero ahora debemos encontrar formas de hacer progresar la agenda de derechos humanos al completo si no queremos ser irrelevantes.
La elección de Donald Trump nos da la oportunidad de renovar el proyecto global de derechos humanos. Los intentos por demostrar la universalidad de los derechos humanos solían tropezar con la errónea percepción de que en realidad eran un concepto occidental. Si el presidente de Estados Unidos da la espalda abiertamente a 60 años de progreso, esto podría tener el efecto inverso de impulsar a la acción en todo el mundo, pero sólo si nos tomamos en serio los derechos humanos en todas sus formas.