Material audiovisual hecho público hoy por Amnistía Internacional muestra el extraordinario viaje de dos refugiados, Alan Mohammad, de 30 años, y su hermana Gyan, de 28, que viajaron desde Siria hasta un campo de refugiados en Grecia para escapar del grupo armado autodenominado Estado Islámico.
Alan y Gyan, que sufren distrofia muscular desde su nacimiento, huyeron de su hogar en Hasaka, en el noreste de Siria, cuando el Estado Islámica avanzó hacia esa zona. En tres ocasiones trataron de cruzar la frontera con Turquía, pero en todas ellas la policía turca les disparó. Entonces intentaron una ruta de escape distinta, cruzando la frontera con Irak.
Cuando el Estado Islámico avanzó en Irak, cruzaron las montañas hasta Turquía, sujetos con correas a los costados de un caballo. Su madre, su hermano y una hermana menor iban detrás, empujando sus pesadas sillas de ruedas.
Contaron a Amnistía Internacional que en tres ocasiones intentaron cruzar la frontera con Turquía, pero en todas ellas la policía turca les disparó. Entonces intentaron una ruta de escape distinta, cruzando la frontera con Irak. La familia se quedó en Irak durante un año y medio, pero cuando el Estado Islámico comenzó a aproximarse se vieron obligados a huir de nuevo. Desde allí su padre continuó con su hermana menor, y finalmente llegaron a Alemania.
Amnistía Internacional entrevistó a Alan en julio en el campo de refugiados de Ritsona, a unos 80 kilómetros de Atenas. “Fue un viaje muy duro”, dijo. “Para la gente ‘normal’ ya es muy difícil. Pero, para las personas con discapacidad, es un milagro porque todas las fronteras entre los dos países [Irak y Turquía] son montañas”.
Una vez en Turquía, la familia consiguió ponerse en contacto con un contrabandista de personas, al que pagaron 750 dólares cada uno por la travesía a Grecia. La familia contó que los contrabandistas les aseguraron que viajarían unas 30 personas en un barco de 9 metros de eslora. Pero cuando llegaron a la playa comprobaron que la embarcación hinchable medía sólo 6 metros y que había unas 60 personas clamando por subir a bordo. Los contrabandistas dijeron a Alan y Gyan que no había espacio para sus sillas de ruedas.
No tuvieron otra opción que dejar las sillas de ruedas en tierra, y con la ayuda de su familia se metieron en el barco abarrotado.
“Fue aterrador. Estuvimos en el agua unas cuatro horas”, recuerda Alan. “Cada vez que miraba a mi alrededor veía niños y bebés llorando. […] Mi madre se mareó y en un momento dado mi hermana me dijo que no aguantaba más”.
Llegaron a la isla de Quíos el 12 de marzo, sólo unos días antes de que el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía entrara en vigor. Las fronteras de otros países europeos quedaron cerradas para ellos.
Cualquier esperanza de que se les permitiera reunirse con su padre en Alemania se frustró. En cambio, hicieron subir a la familia a bordo de un transbordador que los llevó hasta el continente y desde allí los trasladaron en autobús al campo de refugiados de Ritsona, un campo abierto aislado, enclavado en una base militar abandonada situada en medio de un bosque. Desde entonces están varados allí, viviendo en condiciones de dureza extrema.
“Es una historia extraordinaria de fortaleza y resiliencia pero también muestra la lamentable inacción de los Estados europeos a la hora de ofrecer seguridad a las personas que huyen de la guerra y el conflicto en su país”, afirmó Mónica Costa Riba, responsable de campañas sobre migración de Amnistía Internacional.
“Las autoridades griegas, con la ayuda de otros gobiernos europeos, deben mejorar de inmediato las condiciones de vida de las personas refugiadas varadas en Grecia. Pero, en última instancia, los Estados europeos deben aceptar la entrada de más refugiados en sus países y garantizar que refugiados como Alan y Gyan pueden reunirse con sus familias.”