En septiembre de 2014, una mujer de 19 años a la que llamaré Aisha celebraba la boda de una amiga en una pequeña localidad del nordeste de Nigeria cuando Boko Haram atacó. Los combatientes mataron al novio y a muchos invitados varones. Secuestraron a Aisha, junto con otras mujeres, entre ellas su hermana y la novia.
Las llevaron a un campamento de Boko Haram en Gulak, estado de Adamawa, donde vivía otro centenar de niñas secuestradas. Durante los tres meses que estuvo cautiva, Aisha fue violada en repetidas ocasiones, a veces por grupos de hasta seis combatientes. La enseñaron a usar armas de fuego, a detonar bombas y a atacar poblaciones. La enviaron en “operaciones”, entre ellas un ataque a su propia localidad. Aisha dice que ella no mató a nadie, pero conoció a mujeres y niñas que le dijeron que sí lo habían hecho.
Historias como la de Aisha no son una lectura agradable. La suya sólo es una de las muchas que se han contado a investigadores de Amnistía Internacional en los dos años transcurridos desde que más de 200 niñas fueron secuestradas de una escuela de secundaria en la ciudad de Chibok, estado de Borno. La suerte de las escolares fue noticia de primera plana en todo el mundo. Pero, lamentablemente, esas niñas, todavía desaparecidas, sólo constituyen una pequeña proporción de las secuestradas por Boko Haram en los últimos años.
Miles de mujeres y niñas han sido secuestradas por el grupo armado. Hombres y niños también han sido capturados a punta de fusil y ejecutados sistemáticamente o han sido obligados a unirse a los combatientes.
La investigación de Amnistía Internacional reveló que las niñas secuestradas fueron llevadas directamente a campamentos de Boko Haram en comunidades remotas o a campamentos de tránsito improvisados. Desde estos campamentos de tránsito, Boko Haram las trasladó a casas en ciudades y pueblos y las adoctrinó en su ideología como preparación para el matrimonio. Los sufrimientos de estas mujeres y niñas secuestradas, algunas de las cuales fueron obligadas no sólo a casarse con combatientes sino también a convertirse en combatientes, son inconmensurables.
Durante los últimos años, las fuerzas combinadas de Nigeria, Chad, Camerún, Benín y Níger han cosechado notables éxitos que han permitido al pueblo nigeriano abrigar cierta esperanza, aunque también se ha suscitado preocupación por los abusos contra los derechos humanos que puedan cometer estas fuerzas. Además, el apoyo de la comunidad internacional desde la elección de Muhammadu Buhari como presidente brinda a Nigeria la oportunidad de proteger a la población civil en el nordeste del país. Pero aún queda mucho por hacer.
Las personas secuestradas deben ser encontradas y reintegradas a sus hogares, y el presidente Buhari no debe escatimar esfuerzos en el empleo de todos los medios legítimos para proteger a la población civil de los ataques de Boko Haram. Pero ha de asegurarse de que no se repitan las ejecuciones extrajudiciales y las violaciones de derechos humanos cometidas por las fuerzas armadas nigerianas en el pasado en su lucha contra Boko Haram.
Las autoridades deben asegurarse asimismo, con carácter de urgencia, de que la ayuda humanitaria llega a quienes la necesitan, en particular a más de un millón de personas que se han visto obligadas a huir de sus hogares.
El conflicto en el nordeste del país ha generado tensiones religiosas, por lo que el gobierno de Muhammadu Buhari habrá de actuar con prontitud para impedir un legado duradero de desconfianza entre algunas comunidades musulmanas y cristianas, sobre todo en zonas devastadas por los ataques de Boko Haram.
Un elemento importante del proceso de reconciliación después del conflicto será una investigación exhaustiva, imparcial e independiente sobre los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad.
Hasta ahora, el gobierno de Nigeria no ha tomado medidas adecuadas para investigar los crímenes cometidos por las dos partes en el conflicto. Este es otro desafío que el presidente Buhari debe abordar con la máxima urgencia. La población de Nigeria y el mundo desean comprobar si su compromiso de que el “gobierno investigará todas las violaciones de derechos humanos, incluidas las cometidas por las fuerzas armadas” se traduce pronto en medidas concretas.
Pero si la Corte Penal Internacional, que ha emprendido ya un examen preliminar, determina que Nigeria no puede o no quiere investigar estos crímenes o poner a los presuntos autores a disposición de la justicia, podría decidir iniciar una investigación exhaustiva.
Es fundamental que el gobierno garantice que los cuerpos son desenterrados de las fosas comunes, que se brinda a víctimas y testigos la oportunidad de prestar declaración y que los autores comparecen ante la justicia. Sólo de este modo se romperá la constante de impunidad que ha asolado Nigeria.
Dos años después de su secuestro, las niñas de Chibok se han convertido en símbolo de todas las personas inocentes cuyas vidas ha destrozado Boko Haram. Sigue habiendo esperanzas de que las niñas de la escuela de Chibok puedan reunirse un día con sus familias.
Aisha llegó por fin a su casa. Escapó en enero de 2015, huyendo entre la maleza en plena noche. Durante el tiempo que pasó en cautividad vio cómo Boko Haram mataba a más de 50 personas, entre ellas su hermana. Las enterraron en tumbas poco profundas y el denso olor de sus cadáveres en descomposición flotaba en el aire.
Aisha caminó tres días hasta llegar a una población donde le dieron cobijo durante dos días, una muda de ropa y 500 nairas (2,50 dólares de EE. UU.). Después volvió a ponerse en marcha, otros cinco días, hasta llegar a su casa. Cuando llegó, descubrió que su padre había muerto poco después de que su hermana y ella fueran secuestradas. El médico local atribuyó su muerte a una trombosis coronaria provocada por hipertensión arterial. Otras fuentes creen que la terminología médica no era necesaria: el padre de Aisha murió porque se le rompió el corazón.