En un satírico dibujo que ilustra el reto global planteado por la crisis de refugiados de Siria, cada vez más grave, Ali Ferzat, conocido humorista gráfico y activista de la oposición sirio, muestra a un diminuto hombrecillo que se enfrenta a un enorme candado con una llave en miniatura.
La imagen capta nítidamente la abrumadora discrepancia entre una de las mayores crisis de refugiados de la historia y la respuesta, totalmente inadecuada, de la comunidad internacional.
En Siria, las cifras hablan por sí solas. El sangriento conflicto ha desplazado al menos a 7,6 millones de personas dentro del país, y unos cuatro millones han huido al extranjero como refugiadas. El 95 por ciento de ellas vive actualmente en Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto.
Al menos 380.000 de las personas refugiadas en esos países han sido clasificadas por la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) como personas con una urgente necesidad de ser reasentadas en otros países donde puedan reiniciar sus vidas con el apoyo que precisan. Son personas vulnerables supervivientes a la violación y la tortura, menores no acompañados y personas que no pueden acceder a la atención médica que necesitan con urgencia.
Personas detrás de las cifras
En una tragedia de esta magnitud es fácil olvidar que detrás de las cifras hay personas. Para evitarlo, lo mejor es oír a una refugiada contar su caso. Nadia, siria de 47 años de edad y viuda desde hace 10, huyó a Jordania sola con su hijo.
Nadia contó a Amnistía Internacional: “Nos fuimos de Homs por el conflicto. Allí no estábamos seguros. No podía mandar al niño a la escuela y tenía mucho miedo. A mi hijo le asustaba mucho el ruido de las bombas. Yo temía por él y por eso me lo llevé a Jordania. Mi hermano trabajaba aquí y me ayudó a venir, pero murió de cáncer […] La vida en Siria era estupenda. Teníamos una casa preciosa.
“Aquí todo es muy caro. Ni siquiera puedo pagar la electricidad. Vivimos muy mal […] A veces no puedo ni darle dinero al niño para que tome el autobús [para ir al colegio] y tiene que quedarse en casa. Somos muy pobres. A veces no tenemos ni para comer.
“Me gustaría ir a otro país porque me ayudarán a salir adelante y a que mi hijo tenga un futuro. No me importa dónde sea. Quiero ir a un lugar en el que no tenga que vivir de limosnas. Añoro mi antigua vida, cuando tenía dignidad. Ahora tengo que pedir todo el tiempo. Quiero irme por el futuro de mi hijo. Aquí no tiene amigos ni vida.”
Las cifras también hablan por sí solas en el resto del mundo.
Devoluciones de personas refugiadas sirias
Desde Asia a Europa, los grandes países ricos han dado la espalda a las personas refugiadas sirias. Los seis países del Golfo, Rusia y Japón no han ofrecido acoger a un solo refugiado. Las cifras de varios países de la UE son pésimas, como mucho un intento de salvar las apariencias: Dinamarca, 140; España, 130; Reino Unido, 90 hasta la fecha.
En muchos países, los líderes políticos han permitido que el temor al aumento de la inmigración eclipse cualquier consideración humanitaria. Con muy pocas excepciones –como Alemania, que está reasentando a 30.000 refugiados sirios–, la respuesta general ha sido vergonzosa.
En general, la comunidad internacional ha ofrecido menos de una quinta parte de las plazas de reasentamiento necesarias, abandonando a su suerte a la inmensa mayoría de las personas refugiadas sirias necesitadas de ayuda.
El conflicto de Siria lleva casi cuatro años apareciendo en nuestros televisores, en los periódicos y en Internet. Es una crisis que no podemos permitirnos ignorar. Una tragedia de tal magnitud puede abrumarnos a veces, pero siempre se puede hacer algo.
Nadia, su hijo y el resto de los 380.000 refugiados que necesitan ser reasentados aguardan un nuevo hogar y una nueva esperanza en otros países. Ahora es más importante que nunca que el mundo demuestre que está abierto a los refugiados de Siria.
Publicado originalmente en Al-Jazeera.com
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