Opinión: Una tragedia evitable

Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional.
El viernes, 11 de octubre de 2013, fue un día fatídico para Hassan Wahid. Vivía en Libia, donde ejercía la profesión médica. De origen sirio, recibió una paliza y amenazas de muerte tras ser acusado de apoyar al régimen de Asad. Hassan intentó ir a Egipto, pero el país tenía sus puertas cerradas a los sirios. Solicitó el visado para Túnez pero no se lo concedieron. Su solicitud de visado para Malta fue igualmente rechazada. No le quedó otro remedio que emprender, con su esposa y sus cuatro hijas, una peligrosa travesía en barco para cruzar el Mediterráneo. Su barco fue uno de los dos que naufragaron ese mes, con el resultado de más de 500 personas ahogadas. Hassan y su esposa sobrevivieron; sus hijas nunca aparecieron. Hassan y las decenas de miles de personas que cruzan el Mediterráneo cada año conocen los peligros que conlleva hacerlo. Los riesgos que tienen que asumir indican su desesperación absoluta, como refugiados que huyen del conflicto y la persecución o como migrantes que aspiran a una vida digna. La mayoría de los que llegan por mar a Europa son de Siria, Eritrea, Somalia y Afganistán, países donde el conflicto y la persecución están causando desplazamientos masivos. Más de 2.500 personas han muerto en el Mediterráneo en lo que va de año. Prácticamente una de cada 50 personas que han intentado llegar a la Unión Europea desde el Norte de África ha muerto o desaparecido en el mar. Una tragedia que es posible evitar. Al término de la Segunda Guerra Mundial, los dirigentes mundiales se unieron para crear la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, instrumento jurídico que ha evitado que varias decenas de millones de personas sufran abusos contra sus derechos humanos en todo el planeta. Pero la Convención ya no cumple su función. La inmensa mayoría de los refugiados del mundo están –y seguirán estando– en países en desarrollo. De los más de 3,5 millones de refugiados sirios, sólo 130.000 han conseguido llegar a Europa. Líbano, país con cuatro millones de habitantes, acoge a 1,2 millones de refugiados sirios, el equivalente a un tercio de la población libanesa antes de la crisis. La carga económica que soportan los países de acogida, el impacto en las comunidades locales y, sobre todo, el sufrimiento de los refugiados en países que no pueden satisfacer sus necesidades, requieren una solución global. Para Europa eso significa, en primer lugar, crear rutas legales para que un número considerable de refugiados vulnerables llegue al continente. Hasta el año pasado, la Unión Europea en su conjunto solamente reasentaba en su territorio a unos pocos miles de refugiados al año; la cifra ha aumentado en 2014 gracias a las casi 30.000 plazas ofrecidas por Alemania a refugiados sirios. Otros países de la UE deben seguir el ejemplo de Alemania. La Unión Europea debería reasentar a decenas de miles de refugiados cada año, no sólo de Siria, sino de otros lugares donde la situación sea más apremiante. En general, los países más ricos deben intentar reasentar en su territorio entre el 5 y el 10 por ciento de la población refugiada. Aun así, la inmensa mayoría de los refugiados seguiría estando en países más pobres, próximos a las zonas de conflicto. El reasentamiento, además, debe complementarse con mayores aportaciones económicas a los programas de ayuda humanitaria. En segundo lugar, la Unión Europea debe invertir de manera colectiva en mejorar los medios de búsqueda y salvamento para patrullar el Mediterráneo y acudir con rapidez en auxilio de las embarcaciones en peligro. El año pasado, la Armada italiana rescató a bastantes más de 100.000 personas mediante la operación “Mare Nostrum”. Italia ha tomado la iniciativa, pero la responsabilidad debe ser común. La UE debe mantener y ampliar la operación “Mare Nostrum”. En tercer lugar, la Unión Europea debe reformar el actual “sistema Dublín”, que establece que la responsabilidad de tramitar las solicitudes de asilo recae en el primer país de entrada, lo cual disuade a los Estados costeros de llevar a cabo operaciones de búsqueda y salvamento. Es preciso un mecanismo de reparto de responsabilidades más equitativo. La comunidad internacional ha reconocido que asuntos como la crisis económica, el cambio climático y la epidemia del ébola sólo pueden resolverse a través de una acción global concertada. Dado que el número de personas desplazadas a la fuerza en todo el mundo ha superado los 50 millones por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, ésta también ha pasado a ser una crisis mundial. La UE y otros países deben asumir su parte de responsabilidad en la búsqueda de una solución. Pedimos a los dirigentes mundiales que tomen una decisión valiente: anteponer al interés político los valores de la humanidad, la solidaridad y la compasión para erradicar esta tragedia que observamos cada año en el Mediterráneo. Les pedimos que, frente a las fuerzas del aislacionismo y la xenofobia, se posicionen del lado de quienes arriesgan la vida para huir del conflicto, la persecución y la pobreza. Las opciones son claras, y sus consecuencias también.