Para hacer frente a la política del odio, debemos desafiarla

Hace poco se hubiera considerado demasiado sensacionalista comparar los actuales acontecimientos políticos con los peligrosos días de la Europa de la década de 1930.
Hoy se formula abiertamente la pregunta: ¿estamos volviendo al mismo clima de peligro que precedió a la segunda Guerra Mundial?
Estados Unidos, Hungría, Reino Unido, Filipinas… Líderes mundiales y movimientos políticos propagan abiertamente un peligroso discurso que implica que algunas personas son menos humanas que otras.
El Informe 2016/17 de Amnistía Internacional – La situación de los derechos humanos en el mundo muestra que ya estamos asistiendo a las consecuencias reales de esta situación, que van desde personas refugiadas que viven en un limbo de miseria hasta campañas represivas de seguridad descontroladas y dirigidas contra determinados grupos por su religión o su etnia. Mientras, nuestras pantallas vomitan atrocidades en masa, como los bombardeos de hospitales en Alepo, sin que el mundo responda adecuadamente. Y en las primeras semanas de la presidencia de Donald Trump hemos visto cómo el país más poderoso del mundo intentaba incorporar a su política la demonización de las personas musulmanas y refugiadas.
No es la primera vez que vemos este tipo de política disgregadora y tóxica. Pero si alguna lección debemos aprender de la Historia es que no podemos permanecer en silencio ante estas tendencias. Normalmente, quienes perpetran abusos contra los derechos humanos dependen de un reducido grupo para realizar el trabajo sucio, y confían en que el resto permanezcamos en silencio y les dejemos vía libre.
Sin embargo, incluso en los momentos más oscuros de la Historia ha habido personas valientes que han lanzado un desafío. Si quieren que las cosas cambien, eso es lo que tienen que hacer.
El Informe de Amnistía Internacional refleja un aumento del discurso del odio, pero también cuenta otra historia: la de la resistencia. En todos los rincones del mundo la gente se sacude de encima el fatalismo y lanza un desafío, enfrentándose a los gobiernos y pidiéndoles cuentas.
En las costas europeas del Mediterráneo, ciudadanos y ciudadanas de a pie demostraron una solidaridad que les faltaba a sus líderes. Mientras los gobiernos europeos dejaban ahogarse en el mar a los refugiados, los habitantes de las islas griegas, nominados el año pasado para el premio Nobel de la Paz, les abrieron las puertas de sus hogares y de sus corazones.
En toda África, incluso en países donde habría sido impensable hace sólo unos años, han surgido movimientos sociales para impulsar y canalizar la demanda popular de derechos y justicia. En Gambia, un sorprendente resultado electoral puso fin a 22 años de miedo, una prueba alentadora de lo que puede conseguirse cuando se defienden las libertades.
En Estados Unidos, cientos de miles de activistas pacíficos lanzaron un desafío. El movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan) se echó a la calle para manifestarse ante tácticas policiales militarizadas, mientras los “protectores del agua” de la tribu Standing Rock demostraron su determinación en un momento en que habría sido más sencillo acobardarse ante los vehículos blindados y las porras. Y el mes pasado, miles de personas corrieron a los aeropuertos para neutralizar una prohibición contra las personas refugiadas y migrantes que sabían, por instinto, que no estaba bien.
Los activistas en China, a pesar de sufrir un hostigamiento y una intimidación sistemáticos, hallaron formas subversivas de conmemorar en Internet el aniversario de la represión de la plaza de Tiananmen. Publicaron un anuncio online de una popular bebida alcohólica utilizando en la etiqueta un juego de palabras en chino que recordaba la fecha de los acontecimientos (4 de junio de 1989) y una imagen del “hombre del tanque”.
Esa emblemática imagen de un hombre enfrentándose en solitario a una columna de tanques capta el espíritu del activismo que necesitamos hoy en día. Iesha Evans, la joven que en las protestas de Baton Rouge del verano pasado se mantuvo erguida y serena mientras dos policías antidisturbios fuertemente armados corrían hacia ella, demuestra que ese espíritu desafiante sigue vivo.
Nunca debemos olvidar que la Historia nos enseña que, cuando los líderes mundiales tratan de dividir, demonizar y reprimir a la gente, siempre hay personas dispuestas a levantarse y lanzar un desafío. La creación de un movimiento de cambio sostenible comienza con este sencillo acto de desafío. Nunca ha sido tan urgente levantarse y “lanzar un desafío”.