Tiene 28 años y es empresaria y cantante en Burkina Faso. Cendrine Nama nos cuenta cómo compagina ambas cosas con su activismo en favor de los derechos de las mujeres.
Soy emprendedora en el campo de las comunicaciones y el diseño. También soy ferviente activista de los derechos humanos.
¿Por qué unas opciones tan poco previsibles? Viendo a la niña tranquila y callada que era, nadie hubiera pronosticado que iba a terminar metida en tantas batallas. Fundar una empresa en esta situación económica ya es difícil; pero si eres mujer y joven, los obstáculos se multiplican. Pero no podía permanecer pasiva; tuve que abrirme paso luchando.
Crecí en la ciudad, en un hogar humilde. Mi padre era maestro y mi madre partera. Ambos me inculcaron que yo tenía los mismos derechos que los hombres de la familia, y que debía tomar mis propias decisiones y hacer lo que quisiera.
Cuando era niña, no dejaba de preguntar a las que me rodeaban: "¿Por qué? ¿Por qué no puedes hacer esto? ¿Por qué no puedes hacer lo otro?" Y ellas me contestaban: “Porque así son las cosas; siempre han sido así." Y yo insistía: “¿Por qué son así? ¿Es que yo soy inferior a mi hermano sólo por ser una chica?”
Pero en mi casa no era así. Mi hermano y yo recibíamos el mismo trato; él lavaba los platos y yo cocinaba.
Desde muy tierna edad, mi padre y mi madre me inculcaron los valores del esfuerzo, la valentía de tener tus propias opiniones, el altruismo sobre todas las cosas, amar y aceptarse a uno mismo.
Mujeres sin capacidad de decisión
Pero, una vez que salí del cascarón familiar, pude ver cómo era el mundo real y comprendí que no todo el mundo vive con arreglo a esas normas. Vi que en la sociedad las cosas no eran igual que en casa, y que lo que yo consideraba básico y primordial no estaba al alcance de todo el mundo: que se estaban pisoteando derechos fundamentales.
Un día, oí por casualidad que alguien decía en lengua moré: "Paag y’a CM2 ba la." Se refería a que las niñas no tienen necesidad de cursar más estudios que los primarios, que sólo tienen que saber lo suficiente para comprar la verdura en el mercado.
Me di cuenta de que las mujeres prácticamente no tenían derechos. Sólo obligaciones. Ni siquiera tenían derecho a decidir lo que iba a ser de sus propias vidas. Permanecían siendo eternamente adolescentes, pasaban de la tutela de su padre a la de su esposo.
Paradójicamente, cuando me enviaron al pueblo para pasar las vacaciones, me di cuenta de que eran las mujeres quienes mantenían a toda la familia, gracias a sus pequeños negocios y otras actividades. Y, sin embargo, eso no les daba derecho a tomar sus propias decisiones.
Me dije a mí misma que tenía que intentar cambiar esa situación, porque vivimos en una sociedad en la que las mujeres creen que no tienen ningún derecho. La única posibilidad que tienen es encontrar a un hombre. Y esta injusticia es la que motiva mi activismo actual.
Punto de inflexión
La primera vez que colaboré con Amnistía Internacional Burkina Faso fue en 2010, a través de la campaña contra la mortalidad materna. “¿Sabías que cada año mueren 2.000 mujeres en el parto en Burkina Faso?” me preguntaron. No lo sabía.
Me dije: “¡No! ¿Cómo es posible que suceda hoy día?” Y, a medida que fue pasando el tiempo, fui cada vez más consciente de que las cosas no evolucionan necesariamente como imaginamos, y de que no tenemos información suficiente sobre ellas. Debemos concienciar a las personas. Debemos emprender acciones que surtan efecto.
Por eso me uní a la caravana sobre la mortalidad materna organizada por Amnistía en 2010, que recorrió todo el territorio de Burkina Faso. También grabé una canción con otros artistas burkineses, titulada “Donner la vie”, para sensibilizar a la gente.
Me dije a mí misma que mi vida al menos debía ser útil a otros, que debía vivir una vida provechosa. Así que decidí implicarme en el activismo, la participación cívica, el desarrollo africano, cambiar la mentalidad de la gente. Me hice ferviente activista de todo aquello que pudiera favorecer el cambio de mentalidad de la gente, el desarrollo real en África y, por encima de todo, la solidaridad real entre las personas, porque a todos nos une nuestra humanidad. ¿Cómo podemos sentirnos bien si alguien de nosotros sufre persecución?
Vivir la solidaridad
Experimenté esta solidaridad durante la sublevación popular del pasado octubre en mi país. Estuve en la calle con muchas personas que deseaban que nuestro país salga adelante. Nos echaron gas lacrimógeno y nos persiguieron, pero entre todos nos ayudamos para que nadie se quedara atrás. Fue un momento de auténtico hermanamiento y solidaridad, que me hizo sentirme orgullosa y llena de esperanza.
Ahora, con la presentación de la campaña Mi cuerpo mis derechos, espero ver el surgimiento de una nueva manera de pensar, y que las mujeres se sientan libres para tomar sus propias decisiones y vean restituida su dignidad. Quiero que éste sea un momento en que los hombres luchen para que las mujeres puedan ser libres y autónomas.
En mi activismo encontré a muchas personas que, a su manera particular, me convencieron de que todo el mundo puede hacer algo. Son estas personas, y estos momentos, los que me impulsan a actuar. Al margen de las dificultades que pueda tener, y del discurso pesimista que pueda oír, yo sigo presionando. Digo: “No, yo quiero vivir una vida útil.