“En Gaza no hay ningún lugar seguro” – un fragmento de la vida bajo las bombas

Entrevista con un activista de derechos humanos en Gaza
Esta mañana, mientras me lavaba los dientes oía el familiar zumbido de un dron que volaba en círculos sobre nuestro edificio. No le hice caso. Hay drones sobrevolando todo el tiempo. Nunca sabes si son de vigilancia o el anuncio inminente del lanzamiento de un misil. La incertidumbre hace que te sientas impotente.
¿Qué puedes hacer?
Cinco minutos después, se escucha el impacto de un misil lanzado desde lo que parece ser un avión de combate F-16. Con el estruendo, los niños corren hacia mí. Se amontonan en el baño para sentirse seguros. Están muy asustados y pálidos, con los ojos rojos por falta de sueño. Me caracterizo por mi sangre fría –la gente dice que tengo nervios de acero–, así que me limito a sonreirles sin soltar el cepillo de dientes. Al verme sonreír se relajan y estallan en risas, una de esas reacciones absurdas que te provoca la tensión extrema.
En general, trato de que para ellos todo siga siendo lo más normal posible. No hablamos todo el tiempo de la guerra y los muertos. Tomamos precauciones racionales, pero no exageramos, e intentamos evitar sembrar el pánico. No gritamos “¡Vamos abajo, vamos abajo!” cada vez que oímos el zumbido de un dron.
Mi casa parece relativamente segura, porque conozco a los vecinos que hay en el edificio y alrededor, y sé que ninguno podría ser un objetivo. Sin embargo, en Gaza no hay ningún sitio realmente seguro. La vida es peligrosa. Estamos en guerra. Confiamos en Dios y cuidamos de los niños.
Trato de mantenerme lejos de las zonas en las que hay combates; en cualquier caso, el ejército israelí las ha convertido en zonas prohibidas. Ningún vehículo es inmune a los ataques. El otro día, sin ir más lejos, el ataque de un dron destruyó una ambulancia claramente identificada.
Cuando salgo a hacer fotos y a entrevistar a gente que vive en las zonas objetivo de los ataques es cuando me expongo más. Hay peligro cuando sabes que cualquier vivienda en la que estás puede ser el siguiente objetivo. Pero creo que mi labor es importante. No importa el peligro, es fundamental que se conozca la verdad.
La semana pasada, el caso de la familia Abu Jame, en el este de Jan Yunis, me conmocionó. Veinticinco miembros de una familia perecieron en un ataque aéreo israelí mientras tomaban la cena de Iftar que rompe el ayuno del Ramadán. Yo llegué al lugar a la mañana siguiente, unas horas después del impacto. Habían estado sacando cadáveres toda la noche. Muchos eran de niños. Mientras estaba allí, otro misil impactó cerca.
Actualmente en mi casa viven 28 personas. Normalmente, mis hermanos viven en Salatín, en el norte de la Franja de Gaza, donde está en marcha la invasión por tierra de Israel. Mis tres hermanos con sus familias de seis o siete hijos cada uno, y la mía propia vivimos bajo el mismo techo. No puedes negarte a ello, es una cuestión de vida o muerte.
La invasión por tierra de Israel ha hecho imposible traer alimentos a la ciudad de Gaza desde las zonas agrícolas del norte. Desde el sur, la autopista de Salah al-Din, eje de comunicaciones de la Franja de Gaza, está muy expuesta y con frecuencia es atacada por drones. Actualmente sólo la usan las ambulancias y algunos vehículos humanitarios, con gran riesgo.
El único mercado que sigue funcionando es el del campo de refugiados de Al Shati, que abre por la noche y se llena de gente. Sus vendedores arriesgan la vida para conseguir verdura fresca. Es una zona con gran densidad de población y, si un F-16 lo bombardeara, todo el campo de refugiados se convertiría en un cráter. Las pocas tiendas que quedan abiertas apenas tienen existencias.
Tenemos electricidad entre cuatro y seis horas al día. Entonces corremos a cargar todos los teléfonos celulares. Un generador de segunda mano cuesta 1.400 shekels [unos 400 dólares estadounidenses], y no está al alcance de la mayoría. Sin electricidad, tenemos que subir el agua a los depósitos de la azotea, y eso sólo para tener agua corriente para lavar. El agua potable para cocinar y beber tenemos que comprarla.
En mi escritorio tengo todo lo necesario para trabajar: ordenadores, cargadores, Internet, cámaras… pero no tengo electricidad. Acabo de conseguir arreglar mi viejo generador de diésel y hoy tengo combustible para él. Con suerte, esta noche trabajaré. Lo necesito realmente para poder enviar al mundo exterior los testimonios y las fotos que he recogido […]. Me siento bajo presión para sacar las historias de Gaza, así que cuando hay un apagón resulta sumamente frustrante.
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